martes, 1 de junio de 2010

Sin Solución

Era como todos los días oscuros y fríos de invierno, donde el frio te taladraba los huesos, y hacia que te doliera hasta el alma. Me frotaba las manos heladas, inhalando escandalosamente por la nariz, un soldado asoma por la colina, trae noticias. Esquivo la mirada fingiendo no haberlo visto todavía, sabía perfectamente por aquellas severas facciones lo que se avecinaba. El joven soldado se quito el casco y pidió permiso para hablar. Se aclaró la vos y suspiro profundamente haciendo que su alrededor se repletara de un aura de la más pura decepción, sus ojos, mostraban el más puro sentimiento de dolor y una desesperación que no era capaz se disimular.
¿Qué ha pasado? –Pregunté- ¿Dónde está el resto del batallón?
Hubo un momento de silencio, luego me miró a los ojos y bajo la mirada al momento que una lágrima caía por su mejilla.
Están siendo bombardeados –dijo- ahora solo deben quedar unos veinte, si es que no han seguido bombardeando, me han mandado a pedir ayuda porque nuestro radio se rompió, o se congeló nadie sabía bien que había ocurrido con él.
Conservé la calma y las terribles ganas de sacar mi revolver y pegarle un tiro a ese soldado, pero por alguna razón desconocida, incluso para mí, no tenía otro sentimiento más que una furia incontrolable, no pena, tampoco dolor, solo furia. Fueron en estos escasos y a la vez eternos segundos cuando los recuerdos de hacia una semana flotaban de aquí para allá, con un incesante eje de culpa, había fallado. Tal como lo había predicho el general Eldestein mientras sonreía detrás de la mesa destartalada de la sala de reuniones, a sabiendas de lo que podía ocurrir.
El joven soldado seguía explicándome lo sucedido, como muchas cosas pasaban por mi mente en ese momento, una de las cuales fue, aún puedo salvar a los cincuenta y siete soldados que aún están conmigo. Por estar pensando eso, solo logré contener las palabras “noche”, “sorpresa” y “frio”. Le ordené cayas y le señale donde estaba el radio para que llamara al cuartel general. Solo segundos después se detono una bomba a unos cien metros de nuestra posición actual.
Me desperté exaltado, había tenido otra pesadilla de lo sucedido hace tres años.
Me frote la frente empapada en sudor, el olor, el frio, todo había sido tan real como siempre, como las otras cien veces que he soñado lo mismo los últimos tres años.
Me senté en el borde de la cama sujetándome la cabeza entre las manos, tratando de no pensar en ello.
Solía mostrarme frio, arrogante, insensible y hasta insufrible para la mayoría de las personas, era sorprendente que una pesadilla, que ya había tenido durante mucho tiempo siguiera afectándome, cuando el tema ya estaba, supuestamente olvidado. Miré la hora, 5:47 de la madrugada, nada alentador considerando que era un día feriado.
Sin embargo era entendible que me afectara tanto, los sueños de cincuenta y siete soldados, sus metas, sus aspiración, su sangre y más importante aún, sus vidas, estaban en mis manos, por mi incompetencia arrogancia habían muerto, todo un batallón, masacrado, solo porque no seguí los consejos de mis superiores, quizás hubiera sido mejor morir junto a mis hombres.
Pero por alguna justicia divina o porque sencillamente tengo mala suerte, había sobrevivido, entre cincuenta y siete soldados, habíamos sobrevivido solo tres.
Salí a caminar, aun era de noche y el ambiente era húmedo y frio, lo cual me recordaba a aquel día. Camine hasta una pequeña plaza que quedaba a unas pocas cuadras de mi casa.
Me senté en una de las bancas y me cruce de piernas, apoyando la espalda contra el respaldo, mira hacia todos lados, aún no había nadie, parecía un pueblo fantasma, solo se oía, el eco del ladrido de unos perros bastante lejanos, me rasque las orejas y las cubrí como si en ello fuera a encontrar una solución a mi problema.
Las sesiones con los psicólogos y psiquiatras no habían surtido efecto, tantas horas buscándole la solución a un problema que parecía no tenerla.
Desde aquel día no he vuelto a ser el mismo, nunca me case, por ende no tengo hijos, y la última vez que me había acostado con una mujer, había sido hace tanto que de verdad ya no lo recordaba, entonces, ¿por qué sigo vivo? ¿Cuál es la razón por la cual me he mantenido tanto tiempo en esta interminable agonía? Si, había algo que tenía que hacer, el problema era: ¿Qué? De pronto se me ilumina la mente con una respuesta que encontré de una forma que no entendí, lo que debo hacer es: pedir perdón, tragarme mi orgullo, después de todo, ¿tenía de que estar orgulloso? No, claro que no.
Partí a mi casa y busque en un viejo cuaderno los números de los cincuenta y cuatro soldados muertos. Les pedí perdón a cada una de las familias, bueno, solo a cincuenta y dos, los O’ Conell y los Zibaj habían cambiado sus números. De los anteriores solo tres familias aceptaron mis disculpas de una manera sincera, las demás, solo por compromiso. Me odiaban, y ¿por qué no habrían de hacerlo? Yo mismo me odio de una forma irracional, ellos tienen mucha razón para odiarme, sé que de haber podido, me hubieran matado en cierto momento, y ojalá lo hubieran hecho, me habrían ahorrado toda mi agonía.
Fui a la cocina y me prepare un café, sabía que faltaba poco, el final se aproximaba pues había tomado una decisión. Voy hasta mi cuarto de recuerdos, en los cuales hay muchas medallas de guerra, que no merezco, fui al armario y saque mi viejo traje de gala del ejercito. Con la yema de los dedos toco el cajón en el cual tengo guardado mi antiguo revolver, cada cosa y cada olor en esta maldita habitación me llevan a ese fatídico día.
El revólver en mis manos se siente igual que hace tres años, eso no ha cambiado, reviso el cargador, seis balas, veo la pared donde están enmarcadas, fotos en las que salgo vestido de militar, una de ellas la sacaron tres días antes del incidente, eran cinco fotos. Dispare en cada una de las fotos, de una manera que no se notara lo que hubo ahí. Me paro frente al espejo y reviso el cargador, una bala, una vida, una ecuación perfecta.





Respectivos creditos a "Lunatiika" que escribió la mitad de esta historia.